La confrontación sin precedentes entre el presidente Donald Trump y su vice JD Vance que prácticamente arrinconaron al mandatario ucraniano Volodimir Zelensky en la Casa Blanca, ante las cámaras de televisión, sorprendió a propios y extraños, dejando en claro la afinidad entre la actual administración estadounidense y el presidente ruso Vladimir Putin.
Mientras las cámaras de televisión rodaban, Trump y Vance regañaron a Zelenskyy, el líder elegido democráticamente de un país que ha sido atacado por Rusia desde hace tres años, llamándolo "ingrato", "irrespetuoso" y que "apuesta con millones de vidas", además de acusarlo de querer "provocar la tercera mundial".
La conferencia no dejó dudas de que Trump ve a Ucrania simplemente como una de las partes en una negociación, y no como un aliado estadounidense democrático lidiando con la fuerza invasora de un vecino autocrático mucho más grande, Rusia, con el cual Estados Unidos ha mantenido una disputa de décadas, cada uno representando dos puntos de vista diferente de vista respecto a los valores democráticos.
También pareció ilustrar las tácticas de negociación desequilibradas de Trump, exigiendo que el lado más débil, Kiev, hiciera concesiones en lugar de tratar de presionar a Moscú para que llegara a un compromiso, retirar sus tropas y devolver las regiones ocupadas.
La extraordinaria escena dejó a la embajadora de Ucrania en los Estados Unidos, Oksana Markarova, que estaba en la habitación, sosteniendo su cabeza en sus manos, una imagen que se volvió viral.
Los anteriores presidentes estadounidenses han tenido muchos intercambios tensos con aliados, pero a menudo en privado, y nunca así. Y menos aún, a favor de Rusia.
Lo que hizo que este fuera diferente no fue solo que se desarrolló con las cámaras rodando, sino que presentaba a un presidente estadounidense que se puso del lado de un adversario autocrático y de larga la vida, Rusia, contra una democracia naciente que ha luchado durante años para separarse de la órbita de Moscú y unirse a la alianza de democracias occidentales de la OTAN.
Durante décadas, los presidentes de ambos partidos abrazaron la idea de que el respaldo a los países democráticos servía a los intereses de Estados Unidos y reflejaba sus valores. La política exterior de los Estados Unidos consideraba a los estados democráticos como mejores aliados y mejores socios comerciales, ayudando a promover la estabilidad y el libre flujo del comercio.
Pero Trump, y el partido republicano que ha transformado, parece haber rechazado ese consenso estadounidense de décadas de antigüedad. No hay que ir muy lejos para recordar la Guerra Fría que lideró Ronald Reagan contra la extinguida Unión Soviética.
Para Trump, Rusia es aparentemente un país poderoso con el que Estados Unidos puede hacer un trato, y Ucrania es una nación menos poderosa que no necesariamente tiene un asiento en la mesa en la Casa Blanca. La democracia no parece figurar en la ecuación de este presidente.
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