Espectáculos

Adiós a Donald Sutherland, fue Casanova para Fellini

Falleció a los 88 años. Desde "Mash" a "Juegos del hambre", un talento de la escena

Redazione Ansa

(ANSA) - NUEVA YORK 20 JUN - La muerte de Donald Sutherlan, anunciada hoy por su hijo Keifer, no sorprendió a la comunidad de Hollywood, ya que una enfermedad lo mantenía postrado en la cama desde hacía tiempo en Miami, lejos de su Canadá a la que había jurado lealtad eterna desde que era un niño, cuando tuvo que elegir entre un futuro como ingeniero (se había graduado) y otro como actor.
    En aquel momento -tenía 22 años- eligió la segunda opción y se marchó a la London Academy of Art and Acting y luego para una temporada teatral en Escocia.
    Como tantos de aquella generación, probó suerte en la televisión con extras y papeles secundarios (la mayoría como malo) en la BBC y luego en ese semillero de cine popular y de terror que era la productora Hammer, donde reinaba Christopher Lee.
    Pero su buena fortuna fue tener un papel junto a Roger Moore en la serie "El Santo". Porque el futuro 007 se convenció del talento del alto canadiense y le empujó a participar en el casting de "The Dirty Dozen" ("Doce del patíbulo", 1967), de Robert Aldrich en el que compartió actuación con Lee Marvin, Charles Bronson y Telly Savalas.
    El triunfal éxito de ese clásico bélico le abrió las puertas de Hollywood al joven compañero de Lee Marvin y Charles Bronson en 1967. Donald McNichol Sutherland, nacido el 17 de julio de 1935 en el distrito canadiense de Nuevo Brunswick, criado por padres de modestas posibilidades entre Nueva Escocia y Toronto, es de origen escocés, alemán e inglés.
    Y tal vez por eso encontró las mejores satisfacciones en su carrera en el cine europeo, aunque la gloria (y un Oscar Honorario en 2017) le llegó al otro lado del océano.
    Esta duplicidad profesional se confirma, realmente un caso fortuito, por su verdadero debut en el cine, o "El castillo de los muertos vivientes" rodado en Italia por un oscuro Lorenzo Sabbatini en 1964 y firmado junto con el marqués Luciano Ricci.
    Inmediatamente después del paréntesis italiano y el éxito estadounidense, Donald Sutherland se encontró en el centro del sistema estelar y finalmente pudo elegir roles y características que se adaptaron a su estilo de actuación, en el que prevalecieron la ironía, la subestimación, el tono de felpa y una voz de graves inconfundibles.
    Comprometido políticamente, vinculado a su segunda compañera, Jane Fonda, quien compartió con él la atención del FBI que lo tomó en la mira como un posible subversivo por sus declaraciones en contra de la guerra de Vietnam, Donald Sutherland encontró su perfecto pigmento en Robert Altman.
    En "Mash" (1970) hizo favelas junto a Elliot Gould y luego lo confirmó como protagonista en "Una prostituta para el inspector Klute" de Alan J. Pakula.
    Los años 70 fueron para él los de la consagración con "En Venecia un diciembre rojo smoking" de Nick Roeg, "El día de la langosta" de John Schlesinger, "Animal House" de John Landis y "Terror from the Deep Space" de Phil Kauffman.
    Pero fue precisamente Italia la que le dio lugar a la verdadera medida de su estatura actoral con dos obras maestras: el Giacomo Casanova lunar en el que se encarnó para Federico Fellini y el despiadado Atila con el que Bernardo Bertolucci lo convirtió en un memorable "Villano" en "Novecento".
    Desde los años 80, su presencia es garantía de calidad y éxito en una amplia gama de géneros: espía alemán en "La cruna de la aguja", padre de familia en "Gente común", sargento inglés en "Revolution" de Hugh Hudson, párroco detective en "Los crímenes del rosario", enigmático funcionario del gobierno en "JFK", frío hombre de negocios en "Revelaciones", hasta el despiadado presidente en la saga de "Juegos del hambre".
    Plena conciencia de la pantalla, Donald se movió cada vez de protagonista natural, incluso para una breve aparición.
    Sutherland tenía el dominio absoluto de la escena; no era hermoso, sino que tenía un encanto tan seductor que pronto apareció como un "New Lover"; no era agraciado, pero se movía con la ligereza del bailarín, no estaba destinado a los papeles de héroe y primer actor pero también y sobre todo de "malvado" gigante contra cualquier otro supuesto héroe.
    Además, tenía el don de una voz aterciopelada y baritonal que hasta el final le garantizó también el tamaño del gran narrador. Es su voz la que acompañó los Juegos Olímpicos de Invierno de Halifax y Canadá quiso rendirle el último homenaje hace un año imprimiendo un sello con su efigie.
    Culto, apasionado del arte, enamorado de Italia, Donald Sutherland es la síntesis perfecta de un país, Canadá, que se nutre desde siempre de una doble cultura: la europea en el corazón y la americana en la superficie. Sabía conjugar por sí mismo esta maravillosa dualidad. (ANSA).
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