Una calle que le dedica la ciudad de Nápoles (su verdadera patria a pesar de haber nacido en Sora, en Frosinone), varias placas conmemorativas y una larguísima secuencia de premios nacionales, numerosas retrospectivas en todo el mundo y la "bendición" de los creadores de Cahiers du Cinéma, que, sin embargo, prefirieron al otro padre fundador del neorrealismo, Roberto Rossellini.
De Sica fue un hombre complejo, una verdadera "estrella" de entreguerras, un director refinado y elegante, un padre a la italiana, un activista en las batallas de su tiempo contra todo freno a la libertad de expresión.
Hacer un retrato de él para quienes no lo han conocido y apenas conocen su nombre no es fácil porque en él se concentran muchas características de su generación y del italiano de ayer y de hoy.
Podríamos partir de la aparición en "Nos habíamos amado tanto" de Ettore Scola que le dedicó la película en ese mismo 1974, apenas un mes después de la noticia de su muerte en un hospital de Neully sur Seine donde Vittorio peleó por última vez la batalla contra un cáncer de pulmón que había minado gravemente su salud. Sin embargo, estuvo en el set hasta el final, como director de "El viaje" con su amada Sophia Loren y como actor en la película para televisión de su hijo Manuel "El héroe".
Como actor transmitió sus maneras y trucos a su hijo Christian, convirtiéndose en un personaje muy popular, capaz en algunas ocasiones de medirse más o menos directamente con la lección de su padre como en "El Conde Max".
Como director, influyó en varias generaciones de directores y no sólo en los italianos, sobre todo por su capacidad para transformar historias locales, apagadas y desprovistas de héroes espectaculares, en obras de alcance universal como "Ladrones de bicicletas", "Umberto D.", "Ayer, hoy, mañana"y "Matrimonio a la italiana".
En su madurez, prevaleció en él su vocación internacional con películas impecablemente elaboradas y repartos "todo estelares" hasta la reconocida obra maestra, "El jardín de los Finzi Contini", galardonada con el Oscar en 1970.
Como figura pública, a menudo desafió las convenciones, la censura y el peligro. Comienza con su matrimonio con Giuditta Rissone (en 1937) con quien tuvo su primera hija, Emi. No fue un matrimonio fácil también por la notoriedad que ya tenía Vittorio como actor en ese momento, tan es así que un año después tendría otra hija en España (Vicky Muñoz) así como Emi nació en Italia.
En 1942, en el rodaje de "Un garibaldino al convento" conoció a María Mercader, se enamoró de ella y se fue a vivir con ella. Se casará con ella en México convirtiéndose en adúltero según la ley italiana.
Para regularizar su situación tomará la ciudadanía francesa, pero durante toda su vida querrá permanecer fiel a ambas familias, hasta el punto de que los hijos solo se conocerán en la edad adulta.
Si su vida privada siguió siendo tumultuosa también debido a su irreprimible pasión por el juego, en el que perdió fortunas enteras (compensadas con participaciones en todo tipo de películas), sus decisiones humanitarias durante la guerra son menos conocidas pero igualmente significativas.
Cuando Roma se convierte en una ciudad ocupada por los nazis, De Sica se niega a trasladarse al norte de la República Social e inventa un guión para volver a rodar en Cinecittà con el apoyo del Vaticano. Se llama "La Puerta del Cielo" y será el pretexto para dar refugio a muchos judíos y antifascistas contratados como extras y alojados en San Paolo Extramuros.
Considerado católico y humanista, se profesaba comunista, pero en su cine siempre prevalecerían valores más universales, incluso en el compromiso civil como en la defensa de los más débiles, de los judíos, de los perseguidos.
En la historia del cine, en una carrera larguísima, llena de éxitos y honores, algunas joyas brillan más que otras: tras su debut en el cine mudo a finales de los años 1920, se convirtió en una estrella de los "Teléfonos blancos" en la época de "Gli uomini che mascalzoni" (1932) hasta "I grandi magazzini" (1939).
Volverá con fuerza al éxito como intérprete en los años cincuenta con el Mariscal de "Pane amore e fantasia" (1953) y sus dos secuelas, pero también queda en la memoria su monólogo en "Il processo di Friné", dirigido por Alessandro Blasetti, al igual que la intensa "Generale Della Rovere" dirigida por Roberto Rossellini (1959).
La gloria inmortal, en cambio, proviene de su labor como director que marca los primeros y decisivos pasos en la era del neorrealismo, hasta el punto de que "Ladrones de bicicletas" seguirá siendo una película-acontecimiento para generaciones enteras.
Luego, detrás de la cámara, tuvo tras una trayectoria más clásica ("Maddalena zero in condotta", "Teresa Venerdí", "I bambini ci guardano"). Luego su talento explota como fuegos artificiales desde "Sciuscià" en 1946 hasta "Umberto D.", pasando por "Miracolo a Milano" y "L'oro di Napoli".
Después de una pausa que cambia su signo expresivo, volverá a la cima con "La ciociara" (1960), que marca el punto más alto de la colaboración con Sophia Loren, luego repetida muchas veces desde "Ieri, oggi, domani" hasta "I girasoli" hasta la senil "Il viaggio".
Como actor, su técnica tiene una impronta típicamente teatral, fruto de su largo aprendizaje en los escenarios de todo el país, especialmente en los años 1930, y que desplegará también como cantante, inspirándose en su querido repertorio napolitano.
Pero fue frente a la cámara (y más aún pudiendo guiarla) que Vittorio De Sica supo ser él mismo hasta la médula, desplegando un corazón, una sensibilidad, una maestría que seguirán siendo únicas en la imaginación del segunda mitad del siglo XX. (ANSA).
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