Es la primera misión en otro continente, con su inseparable reina Camilla, después del diagnóstico de cáncer a comienzos de este año y el resultado "alentador" (en palabras de los médicos) de una primera fase de tratamiento ahora suspendido.
Lo confirman los últimos sondeos que rebotan en los medios del Reino Unido desde la gran isla de Oceanía, uno de los estados aún sujetos a la corona de la casa Windsor entre los miembros del Commonwealth nacido de las cenizas del imperio británico.
Tierra en la que Carlos, de 75 años, debuta en calidad de jefe de Estado, luego de sus 16 desembarcos como príncipe y eterno heredero al trono de una madre récord de longevidad, la difunta Isabel II. Dispuesto a poner a prueba su salud al no renunciar a un tour que lo tendrá ocupado del 18 al 26 de octubre, incluida una segunda etapa las Islas Samoa, donde presidirá una cumbre de toda la familia de los estados del Commonwealth, monárquicos, republicanos o en vía de transición a una otra forma de gobierno como en varias islas caribeñas.
El ambiente que le espera entre Canberra y Sídney proyecta luces y sombras, más allá de los programas de recepciones institucionales, encuentros con la comunidad aborigen, citas con asociaciones de caridad y culturales y responsables de proyectos medioambientales.
Respetando el protocolo oficial, la pareja real será recibida con los honores rituales por el primer ministro federal, el laborista de origen paterno italiano, Anthony Albanese, un respetuoso republicano que llegó al poder después de haber dejado de lado los planes de un nuevo referéndum institucional en el corto plazo, en 25 años desde el que ganaron en 1999 los monárquicos; pero parece destinado a ser desairado por los jefes de los gobiernos locales de los seis territorios que componen la federación australiana.
Un país remoto y siempre más multiétnico en el que, del resto, no más del 36% de la población hoy identifica las propias raíces como inglesas o anglosajonas. Y que en las entrevistas callejeras de personas interceptadas por casualidad por los periodistas -jóvenes y no únicamente- muestra hasta ignorar la noticia de la visita del soberano.
En tanto, en el frente del dilema entre monarquía y República, un sondeo realizado recientemente por YouGov parece fotografiar una situación de sustancial estancamiento, signada por un interés no exactamente prioritario a exhumar la cuestión hic et nunc: con un 35% de monárquicos convencidos contra un 32% de republicanos, un 12% orientado a postergar cada eventual revisión del dosier luego de la muerte del rey actual y bien un 21% de indiferentes sin opinión.
Indicios que Van Badham, columnista de la edición australiana del progresista The Guardian y sosegada partidaria de la causa de una despedida de la corona que tal vez recaiga sobre los hombros del delfín William (y Kate) cuando se produzca la próxima sucesión, interpreta de esta manera: "La verdad es que somos republicanos perezosos. Y esperamos que al dejar de abrir la puerta" (recibiendo a la realeza con creciente distanciamiento) el rey comprenda ahora "que no está en su casa en Australia y dejará de llamar". (ANSA).
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