(ANSA) - RAFAH, por Sami al-Ajrami - "Una noche de infierno. No cerramos los ojos.
"Pero peores que nosotros -añadieron- son aquellos que acamparon en el tejido urbano de Rafah", a riesgo de verse aplastados por el derrumbe de edificios y casas: "Pueden ser golpeados por escombros o incluso por fragmentos de vidrio".
Los relatos son muchos y las historias también. Como aquella de una familia entera de 10 miembros que murió en su casa de Abu al-Naja y que dieron a conocer fuentes médicas, mientras que desde Khan Yunis llegan las noticias de víctimas en edificios abarrotados de desplazados y aquellas de la muerte de periodistas. Yasser al-Aja, de 46 años, padre de tres hijos, vio la noche del sábado escenas de desesperación y confusión en el hospital al-Najar de Rafah.
Había desafiado los bombardeos -dijo a ANSA- para traer urgentemente a su hijo de 13 años, Ibrahim, que sufría complicaciones de indigestión.
"Mientras escuchábamos los ecos de las explosiones cerca -dijo- los heridos comenzaron a llegar al hospital. Muchos de ellos eran niños".
Mientras tanto, a su alrededor fueron colocados los cuerpos de las víctimas.
"Una escena escalofriante. También fue terrible escuchar los gritos de los heridos. Y luego fue desgarrador ver a los equipos médicos tratando de tratarlos después de haberlos acostado en el suelo sobre colchones improvisados, que no estaban limpios".
Con las primeras luces del alba, cuando parecía menos peligroso aventurarse en la calle, al-Aja tomó a su hijo Ibrahim y lo llevó a casa, junto con las medicinas que le habían dado los médicos.
"Querían mantenerlo hospitalizado otras 24 horas, pero en esas condiciones decidí llevármelo", añadió, afirmando que su temor era sobre todo el de las infecciones que empezaban a extenderse entre los niños.
El hospital, dijo, ahora se convirtió en un lugar al que hay que evitar todo lo posible. Y en Rafah -donde se hacinan 1,3 millones de desplazados- la posibilidad de contagios se considera uno de los mayores peligros, tras los bombardeos.
En las calles de la ciudad, el número de personas que se cubren la cara con máscaras crece durante el día, mientras que muchos otros prefieren quedarse en casa y no salir a la calle a menos que sea absolutamente necesario. (ANSA).
Desplazados bajo las bombas, "un infierno sin fin"
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