(ANSA) - KIEV, 25 FEB - En la devastada localidad de Bucha, entre lo queda tras la masacre que ocurrió hace un año, Anna no tiene dudas en expresar su "miedo a que pueda volver a pasar".
No son los ruidos repentinos que recuerdan a golpes, explosiones, vidrios rotos, los que la hacen sobresaltarse por la noche: son las noticias, los ojos fijos en Telegram, como para buscar la confirmación de que el infierno no volverá a la ciudad a 20 minutos en coche desde Kiev, que desde finales de febrero hasta el 31 de marzo de 2022, estuvo en el centro de una feroz batalla entre las fuerzas rusas que entonces habían llegado a la capital ucraniana y la resistencia del ejército de Kiev.
Tomada varias veces y liberada en pocas semanas, Bucha fue sobre todo el escenario de un asedio y una masacre que marcó con sangre la historia del último año.
Y marca la vida de cada persona en Bucha, suspendida en esos días entre la incredulidad y el terror.
Anna, de 26 años, es maquilladora en un canal de televisión de Kiev.
Incluso esa mañana del 24 de febrero de 2022 se dirigía a sus estudios, temprano, para iniciar su jornada laboral, luego las primeras explosiones.
"Nadie sabía lo que estaba pasando, busqué un taxi para volver a Bucha, pero nada que hacer. Finalmente pasó un colega que iba en esa dirección, pero el camino que generalmente se recorre en automóvil en 20 minutos se había convertido en un calvario de 6 horas".
La reunión con su esposo en Irpin y luego junto a su familia: 13 personas, en el sótano de un edificio, "con viejos muros gruesos, con la esperanza de que también pudiéramos salvarnos de los cohetes. Permanecimos juntos, en la oscuridad, durante días, para sobrevivir. Fuimos allí el segundo día después de que los rusos habían entrado en la ciudad. Decidimos quedarnos allí, no huir, porque teníamos miedo de encontrarlos en el camino".
Dos semanas, hasta el 10 de marzo, permanecieron bajo tierra.
"Hubo días enteros que no subíamos al departamento para nada. Los primeros tres días todavía había agua y luz y luego subíamos un rato, a calentar el agua y cargar los celulares.
Pero luego nada, ningún contacto con el mundo exterior".
Pero llegaron las noticias: la violencia en Gostomil, los rumores de violaciones.
"Reaccioné de manera pragmática: organizando todas las cosas necesarias para sobrevivir", aseguró Anna.
"Hubo momentos en que tuve miedo de morir. Estaban disparando en la calle y podíamos escuchar los disparos. Debajo de nuestras ventanas. Una vez, incluso mientras subía al departamento: me acosté en el suelo. Luego, cuando la batalla había terminado, miré hacia afuera y vi dos civiles muertos".
Anna recordó cada momento, recorrió cada momento: "Estábamos justo en el centro de la ciudad. El alcalde trajo pan a la gente. Se podía ir a la única farmacia abierta, así que había algunas personas alrededor. Algunas de ellas, sin embargo, fueron golpeadas. No las conocía".
"Sé que tendré que ir a un psicólogo para curar esta herida - explica Anna - Y luego está mi hijo: hace un año tenía cuatro años y medio y vio un cadáver".
Ahora, de vez en cuando me dice: 'Mamá, qué pena que nos vamos a morir dentro de poco'".
Anna sabe que este año cambió: "Pero no puedo decir exactamente cómo. Ciertamente todavía estoy perturbada. Creo que pueden volver y que aún podemos experimentar ese infierno".
Sin embargo, hace un esfuerzo y asegura: "Todavía puedo ver las cosas buenas de la vida, hacer planes para el futuro".
"Estoy trabajando, estoy estudiando. Pienso en el futuro, que será hermoso en mis sueños. Y creo en nuestra victoria".
"No salto si escucho ruidos, pero siempre estoy ansiosa de todos modos. Cuando leo noticias sobre posibles nuevos ataques, me siento deprimida. Me pongo nerviosa. Tengo miedo de que vuelvan", explicó.
"Pero la vida bajo tierra también ha cambiado mucho el valor que le doy a las cosas de la vida: estamos felices de tomar té caliente o de comer sopa caliente. Incluso tomar una ducha. De ponerme ropa limpia".
Bucha y el miedo de que se repita masacre
Un año después, testigos recuerdan el infierno