Mientras se espera la llegada oficial, ya dada por hecha, de Suecia en los próximos meses, el apoyo de los 31 países a Kiev fue ratificado.
Aún no hay fecha para la entrada de Ucrania, y en eso tuvo razón el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski.
Pero no pudo ser.
De hecho, la OTAN no puede dar la bienvenida a un país en guerra porque automáticamente estaría involucrado en el conflicto.
Y no puede decir que Ucrania entrará después de que termine la guerra, aunque es casi seguro que lo hará.
Entonces, ese concepto no puede explicitarse ahora, porque le daría a Rusia un arma extra desde el punto de vista de la propaganda y podría otorgarle a Moscú la tentación de hacer que la guerra dure lo más posible.
Pero la Alianza Atlántica simplificó la futura entrada de Kiev (eliminando el plan de acción para la adhesión), creó el foro de diálogo del Consejo Ucrania-OTAN, elaboró -junto con el G7- nuevos planes de asistencia militar y prometió solemnemente nuevas armas para Kiev.
Sin embargo, las señales más significativas y estratégicas provenientes de la cumbre de la OTAN fueron diferentes y se refirieron a la futura estructura de la Alianza.
Y es eso lo que más debería preocuparle a Putin, también porque el verdadero culpable de esta situación es precisamente el líder del Kremlin. La paradoja de los nuevos desarrollos diplomáticos y estratégicos es que quien revitalizó la OTAN -declarada en "muerte cerebral" por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, hace unos tres años- fue precisamente Putin.
La invasión rusa de Ucrania tuvo el efecto de reunificar la UE y la OTAN, de crear un nuevo y convencido frente occidental, de hacer que Finlandia y Suecia se retiraran de su posición histórica de neutralidad para unirse a la organización y acercar así la Alianza a las fronteras norte de Rusia.
Putin pensó que podría ganar la guerra en semanas, incluso en días.
Ahora realmente se encuentra con una OTAN más agresiva, más motivada y probablemente incluso más armada.
En los últimos días, en Vilna, también se habló de planes para el desarrollo de la capacidad de movilización, en el transcurso de un mes, de unos 300.000 hombres en tres tableros de ajedrez diferentes. Por consiguiente, la somnolienta OTAN de la que hablaba Macron ya no existe.
Y aunque con la debida prudencia, la Alianza de hoy y de mañana se prepara para años de enfrentamiento, como en los tiempos de la Guerra Fría, con Rusia, ahora considerada un "seria y directa amenaza".
Las señales que vienen de la OTAN son claras en la conciencia de que no se pueden dar indicaciones erróneas al Kremlin, pues se interpretarían como síntomas de debilidad.
También porque en el fondo siempre está la esperanza de que esos enfrentamientos puedan convencer a Rusia de iniciar un diálogo real que luego permita, en los próximos meses, abrir una mesa de negociación para alcanzar la paz.
En este sentido, la diplomacia subterránea empieza a percibir algunos pequeños cambios.
Pero para poner fin a esta guerra, se necesita una señal del Kremlin, la cual, hasta el momento, no llegó. (ANSA).