Unión Europea

De la guerra en Ucrania, a cultivar en Cosenza

La historia de Ana, una de las tantas refugiadas del Donbás

Redazione Ansa

(ANSA) - ROMA, por Emanuela De Crescenzo - Escapó de las bombas, pero no de las contrataciones ilegales. Consiguió escapar de la guerra de su país, en el Dombás, y salvar a su hijo, pero no del acoso, maltrato e insultos del cabo que la llevaba en un minibús al campo, reteniéndole 8 euros diarios de la ya exigua paga.
    Es la historia de Ana, una refugiada ucraniana de 40 años, divorciada y con un hijo de 15 años con una salud precaria que la obliga a asumir muchos gastos en medicinas.
    En abril de 2022 decidió unirse a su familia, que vive en Italia desde hace años; después de un viaje de más de una semana, llegó a Trebisacce, en la provincia de Cosenza, en Calabria (Sur).
    Desde que está en Italia, después de haber hecho todos los trámites burocráticos de protección temporal, ha recolectado habas, mandarinas, fresas y melocotones en los invernaderos y campos de Calabria y Basilicata. Como ella, cientos de mujeres ucranianas han tenido que sufrir todo esto y algunas han preferido enfrentarse a las bombas antes que quedarse en Italia en estas condiciones.
    "Mi hermano y su esposa son trabajadores agrícolas, y decidí ir a buscar trabajo con ellos. Nos sumamos otras mujeres ucranianas y yo - dice Ana - que llegaron conmigo, somos muchos aquí. Fuimos a recolectar frijoles".
    "Todos estábamos de negro. Era abril de 2022. Los frijoles nos ponen las manos todas rojas, queman, pero no nos dieron guantes, teníamos que mantener las manos sensibles y no magullar los frijoles. Sin saber el idioma italiano todavía, teníamos que estar calladas, agachadas y no había baños, de 7 de la mañana a 5 de la tarde. Somos refugiadas, no esperábamos un trato tan cruel e inhumano. Fue otro susto descubrir que lo único podíamos hacer para trabajar era ser abusadas ;;y sin derechos", dice.
    "Dos de mis compañeras -explica- regresaron a Ucrania, prefirieron renunciar a la protección y regresar bajo las bombas, me dijeron 'no podemos vivir así, lejos de nuestros hijos a sufrir, mejor arriesgar la vida pero con dignidad a nuestra casa'".
    Pero Ana no puede volver a Ucrania, no le queda nada, ni siquiera una casa: "Después de las habas en verano -subraya-, hice la campaña de mandarina en otoño, con la lluvia y el frío.
    En 2023 fui a Basilicata, a Policoro, a recoger albaricoques y melocotones, partiendo de Piana di Sibari después de enero las fresas y hay muchas mujeres que trabajan en los invernaderos.
    Salvo que para movernos hacia Basilicata e ir y venir todos los días nos encomendamos a un chico rumano que nos llevó en una furgoneta, prácticamente acabamos bajo la contrataciones ilegales. 8 euros cada uno, nos los quitó de la paga. No hay autobuses ni otros transportes públicos o agrícolas para ir al campo".
    "El chico - continúa Ana - nos insultó, nos tiró cajas de fruta, pero no solo a nosotras, en el campo no hay diferencia entre italianos y extranjeros, solo que nunca denunciamos nada, tenemos miedo de perder nuestra protección y que nos echaran. Al final nos fuimos. El patrón no sabía nada de lo que pasaba en el campo, nos pagó todo y nos pidió que volviéramos el año que viene sin intermediarios".
    Ana es una de las mujeres ucranianas que recurrió a la Ciudadela del compartir en Schiavonea en Calabria, donde ActionAid y una red de asociaciones, sindicatos y el Municipio brindan servicios de orientación profesional, apoyo para acceder a servicios sociales y protección legal, mediación lingüística.
    "En Piana di Sibari - señala Grazia Moschetti, responsable de los proyectos de ActionAid en el Arco Jónico - se está produciendo un efecto de 'sustitución': un cambio de nacionalidad en la cadena de explotación, las mujeres rumanas se han ido pero el fruto está sin embargo para ser recogida, y lo hacen los que más lo necesitan, hoy son los refugiados ucranianos los más explotados". (ANSA).
   

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