Sus palabras escuchadas por miles de personas no solo en la Basílica de Santa Giustina y en la ciudad, sino en toda Italia, porque "la sonrisa de Giulia la extrañarán su padre Gino, su hermana Elena y su hermano Davide y toda su familia; la extrañarán sus amigos, pero también por todos nosotros, porque su rostro se volvió querible para nosotros".
"Pero apreciemos sus ganas de vivir, sus proyectos, sus pasiones", pidió el obispo.
"La conclusión de esta historia nos deja amargura, tristeza y, a veces, incluso ira, pero lo que hemos vivido también dejó claro el deseo de transformar el dolor en compromiso para construir una sociedad y un mundo mejores".
Monseñor Cipolla también aprovechó la ocasión para hablarle a los jóvenes sobre la libertad.
"En libertad se puede amar mejor y más", sostuvo.
"Quizás ustedes, los jóvenes, pueden atreverse más que en el pasado: tienen universidades y estudios a su disposición, tienen la posibilidad de encuentros y comparaciones a nivel internacional, tienen más oportunidades y bienestar que hace 50 años".
La primera lectura recuerda esa imagen del lobo y el cordero que pasearán juntos, del leopardo que se echará junto al cabrito. Es el libro de Isaías que ocurre en las misas de Adviento: "Parece pura utopía imaginar un mundo en el que las tensiones y los opuestos se compongan con tanta armonía".
Pero hoy, para el obispo, lo que todavía es posible es la imagen de ese mundo pacificado.
"Enséñanos, Señor, la paz entre los géneros, entre el hombre y la mujer. Queremos aprender a amar -expresó monseñor Cipolla- y vivir en el respeto mutuo, buscando incluso el bien de los demás en el don de nosotros mismos".
"Ya no podemos permitir actos de opresión y abuso; por eso es necesario contribuir para poder transformar la cultura que las hace posibles".
Además de hablar de Giulia, de sus aspiraciones y de su sonrisa, el obispo también se refirió a Filippo Turetta, encerrado desde el pasado 25 de noviembre en la prisión de Montorio (Verona).
"Pedimos la paz del corazón también para Felippo -manifestó el obispo en la homilía- y para su familia. Nuestro corazón busca ternura, comprensión, afecto, amor. La paz del corazón es paz consigo mismo, con el cuerpo, con la psique, con los propios sentimientos, especialmente aquellos que atañen al sentido de las acciones que realizamos y al sentido de la vida". (ANSA).
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