Su accionar también desató una ola de violentos disturbios callejeros en el verano (boreal) desencadenados por sospechas más o menos infundadas e instrumentalizaciones varias.
El protagonista de esa masacre, Axel Rudakubana, nacido en el Reino Unido de padres ruandeses, también fue acusado hoy de delitos de violación de la Ley contra el terrorismo británica del 2000, en paralelo a los cargos de asesinato múltiple y de intento de asesinato que ya se le imputan tras el arresto inmediatamente después de los acontecimientos en Southport.
En sus investigaciones, la policía afirmó haber encontrado rastros de ricino, una toxina biológica mortal que el joven aparentemente sintetizaba en cantidades modestas y poco efectivas con sus propias manos; así como la posesión de manuales de entrenamiento terrorista en línea producidos por Al Qaeda.
Serena Kennedy, comandante de la policía de Merseyside, explicó que el material por el que se desencadenó la acusación colateral de violación de la ley antiterrorista fue encontrado por agentes en la casa del adolescente (aún no era mayor de edad en el momento del baño de sangre).
Además, volvió a excluir un motivo terrorista o ideológico que estuviera directamente en el origen de ese ataque: una agresión en la que Rudakubana había tomado insensatamente como blanco a una clase de niñas de entre 6 y 10 años que participaban en un centro de entretenimiento en un recital de danza inspirado en canciones de la amada estrella del pop estadounidense Taylor Swift, matando a tres (Bebe King, Elsie Dot Stancombe, Alice Dasilva Aguiar) e hiriendo a otras 10 personas con un cuchillo, entre ellas, dos profesores.
La aclaración de los investigadores no extingue las preguntas ni el riesgo de que resurja la polémica y la tensión por el incidente, a la espera de la comparecencia del joven acusado mañana por videoconferencia desde la prisión ante un juez del Tribunal de Magistrados de Westminster, en Londres, para una primera audiencia preliminar relacionada con las acusaciones adicionales de hoy.
Además, la masacre de julio suscitó sospechas y acusaciones más o menos veladas contra la policía y el gobierno laborista de querer minimizar sus orígenes o, en todo caso, de ocultar algo.
Sospechas alimentadas, entre otros, por el líder populista del Reform UK (Partido del Brexit), Nigel Farage, o por Elon Musk, así como por tribunos y simpatizantes de la extrema derecha extraparlamentaria, que luego fueron señalados como instigadores de los disturbios islamófobos y antiinmigración que se produjeron durante varios días en agosto en varias ciudades del Reino, con embates a ciegas contra centros de acogida de solicitantes de asilo o mezquitas, enfrentamientos con la policía y vehículos incendiados. No sin una posterior ola de arrestos y condenas inmediatas de docenas de alborotadores y sus presuntos inspiradores.
Un caos que el primer ministro, Keir Starmer, atribuyó a "matones" y provocadores, y al que de hecho contribuyeron "noticias falsas", comprobadas por el rumor de que Rudakubana (ciudadano británico de nacimiento) podría ser un refugiado que acababa de aterrizar ilegalmente en la isla o tuviera inexistentes raíces familiares musulmanas.
Y al que, sin embargo, la impugnación aparentemente tardía de los cargos paralelos de terrorismo contra el joven de 18 años amenaza ahora con darle nueva vida. Especialmente teniendo en cuenta los indicios iniciales de las autoridades de que se trataba de un mero raptus de un desequilibrado.
"Si todo esto tiene para ustedes un sentido...", manifestó Farage en su perfil de X, reivindicando haberse limitado, en su momento, a avanzar "dudas" acerca de las motivaciones del asesino e invocar más "transparencia" en las indagaciones de la policía.
Mientras tanto, el gobierno de Starmer se apuró a subrayar, en un documento de Downing Street, cómo el momento de la nueva acusación depende exclusivamente de los investigadores de la "Fiscalía de la Corona": casi como para justificarse u optar por no participar. (ANSA).
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