Una crisis que se extendió al resto de Europa y al extranjero, donde Elon Musk no perdió ocasión para dirigirse al canciller como "un tonto". El obligado llamamiento "a la responsabilidad" recayó en el presidente de la República, Frank-Walter Steinmeier, al recordar que el fin de una coalición "no es el fin del mundo, sino simplemente una crisis que hay que dejar atrás". Cuando, aún, no se sabe. Kanzler (Cancillería) se mantiene firme en su intención de no dar su voto de confianza al Bundestag hasta el 15 de enero.
Pero la CDU de centroderecha, que encabeza las encuestas y que la sitúa por encima del 30%, sigue lanzando ultimátums para adelantar la votación en el Parlamento "la próxima semana", allanando el camino para la convocatoria de elecciones entre finales de enero y principios de febrero.
Bajo pena de no apoyar las leyes aún por aprobar, que de todos modos obligarían al gobierno minoritario a desconectarse.
Listo para celebrar el histórico aniversario de la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre, Steinmeier habló desde la residencia presidencial en Bellevue, asumiendo el papel de faro en una tormenta que "en los 75 años de historia de la República Federal" rara vez había sido visto.
En los últimos 40 años -también caracterizados por la era Merkel- las referencias históricas solo nos remontan a la crisis de 1982 -también en ese caso con los socialdemócratas (SPD) y los liberales (FDP) en el poder-, precursora de la llegada de Helmut Kohl.
"Muchas personas miran con preocupación la incierta situación política en nuestro país, en Europa y en el mundo. E incluso después de las elecciones en Estados Unidos, no es el momento de tácticas y escaramuzas, es el momento de la razón", advirtió en tono serio al presidente, llamando a la política al orden ante la "magnitud de los desafíos" que, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, parecen cada vez más urgentes. Y el barranco en el que acabó la antigua locomotora de Europa también preocupa a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y a los líderes de la UE reunidos en Budapest y comprometidos a instar a Berlín a "mantener el rumbo" y "seguir llevando a cabo su rol" en el escenario mundial.
A lo largo del día, sin embargo, se sucedieron las acusaciones y contraacusaciones entre los dos enemigos acérrimos Scholz y Lindner -empeñados en ignorarse mutuamente en el traspaso de poderes en el Palacio de Bellevue-, reforzadas por las del líder de la CDU, Friedrich Merz.
La responsabilidad, tronó el ex ministro de Finanzas tras las duras palabras que le dirigió el canciller en el momento de su destitución, es también una cuestión de "estilo" y Scholz organizó, en su opinión, una "escenificación para derribar deliberadamente al Gobierno" al considerar irremediable la diferencia de opiniones sobre el freno de la deuda.
El, aprovechando la oportunidad de su despedida para moverse a la derecha, ya sueña con un regreso en el papel de halcón de las cuentas públicas, con el objetivo de liderar al FDP -cada vez más débil en las encuestas- en las elecciones. Pero, además de su enemigo Scholz, fue su ex amigo Volker Wissing, ministro de Transportes, quien le dio la espalda y abandonó a los liberales para quedarse a bordo del Gobierno.
Un gesto apreciado por el Canciller, que le permitió doblar la apuesta: sustituirá a su colega liberal Marco Buschmann al frente de Justicia, convirtiéndose en responsable de dos carteras.
En el lugar de la extitular de Educación, también en cuota del FDP, Bettina Stark-Watzinger, asumirá en su lugar el verde Cem Oezdemir, ya titular de Agricultura.
Mientras que para dirigir la finanzas Scholz eligió esta vez a su leal Joerg Kukies, ex empleado de Goldman Sachs.
Con todos los intentos de diálogo con Merz naufragados, será el canciller quien cargue con el peso de la crisis en las próximas semanas y decida hasta cuándo se prolongará la agonía.
De momento, todas las demás citas de la agenda, incluida la COP29 en Bakú, quedan canceladas. (ANSA).
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